


Publicada también en La Muralla de Papel.
En Ancud, un grupo de mujeres decidió transformar el tejido en una herramienta de organización y esperanza. Sin jerarquías y con compromiso social, han hecho del arte doméstico un espacio de resistencia y de comunidad.
De la política al tejido: el origen de una idea
El grupo nació casi por casualidad, como una pregunta lanzada al aire: “¿Qué hacemos ahora?”. Después de los procesos del Apruebo y del Rechazo, muchas mujeres se replegaron a sus casas, desilusionadas. Pero un pequeño grupo decidió no detenerse.
“Nosotras ya veníamos trabajando desde el Apruebo —recuerda Nancy Carola Márquez—. Hicimos de todo, hasta un programa ranchero llamado La Ranchera Constituyente para llegar a otros mundos, para hablar con quienes no estaban en los espacios políticos de siempre. Ese fue nuestro impulso: encontrar nuevos lenguajes para llegar más lejos.”
El tejido apareció entonces como una posibilidad, una excusa para reencontrarse. “Nos preguntamos si íbamos a salir otra vez a volantear o hacer puerta a puerta… pero queríamos algo que también nos permitiera construir comunidad. Así nació esto de las tejedoras”, cuenta Márquez.
Partieron siendo diez y hoy son veintiocho. Algunas sabían tejer, otras no. Algunas llegaron por redes sociales, otras por invitación directa. “Había que seguir, no había que irse a la casa —añade Nancy—. Somos un grupo de mujeres de izquierda y estamos hoy convocadas por la campaña de la candidata presidencial Jeannette Jara.”
El espacio doméstico como territorio político
Cada viernes por la tarde, las tejedoras se reúnen en la casa de una de ellas. Llevan lanas, comida, niñas, niños y ganas de conversar. “Queríamos un espacio seguro, doméstico, donde pudiéramos estar con los hijos y hablar mientras tejemos. Ese espacio, que podría parecer tan simple, se transforma en un acto político. Convertimos lo doméstico en discurso político. Esa es nuestra consigna”, explica Luna Chávez.
El colectivo funciona sin jerarquías. “Aquí nadie manda sobre otra —agrega Luna—. Todas proponemos, todas aportamos. En otros espacios políticos no siempre se escucha a las mujeres; se nos relega o se nos infantiliza. Pero acá nos escuchamos. Tejer es también escucharnos.”
La belleza como forma de resistencia
Para las integrantes del grupo, el tejido no es un pasatiempo, sino un lenguaje. “Tejemos historias, transmitimos memoria —dice Nancy Márquez—. Es un arte que las mujeres han hecho desde siempre, en silencio, y queremos que ese gesto se reconozca como político. La belleza también pertenece a los pobres, a la gente trabajadora. Todos merecemos belleza.”
Las reuniones, cuentan, se extienden entre conversaciones, análisis políticos y risas. “Mientras tejemos hablamos de todo: de los cuidados, de las desigualdades, de la esperanza. De pronto son las once de la noche y seguimos conversando. Es un espacio donde podemos pensar juntas sin miedo”, relata Gissela Uribe.
El grupo también reflexiona sobre el valor del trabajo de cuidados. “El trabajo de cuidado sostiene al mundo, pero sigue siendo invisible —subraya Luna Chávez—. Queremos que eso se vea, que se valore, que tenga dignidad. Las mujeres somos las más pobres, las que más cargan, y aun así seguimos tejiendo la vida de los demás.”
Colectividad y nuevos lenguajes
Las tejedoras han participado en actividades culturales y videos donde el mensaje es colectivo. “No quisimos que apareciera nadie en particular —dice Gissela Uribe—. No hay protagonistas, sólo un tejido común. La fuerza está en el conjunto.”
Su apuesta es construir una política desde otro lugar. “La política no solo está en el parlamento o en la calle —afirma Nancy Márquez—. También está en la casa, en la cocina, en el cuidado. Lo privado también es político.”
El grupo se reconoce como heredero de las luchas feministas y de memoria, pero busca reinventar los lenguajes. “Respetamos las arpilleras y su historia —señala Márquez—, pero queríamos otra forma, otra estética. No repetir, sino crear algo nuevo que convoque a otras generaciones. Tejer es reinventar la esperanza.”
Tejer comunidad, sostener la esperanza
El trabajo del colectivo no termina en la mesa de tejido. Es una forma de sostener la unidad en tiempos difíciles. “Después del plebiscito, muchas se fueron a sus casas —dice Nancy—, pero creemos que hay que seguir. Mantenernos unidas, sostenernos entre mujeres. Porque así como tejemos flores, tejemos también comunidad.”
Y entre mates y ovillos, el mensaje final se vuelve una certeza compartida:
“Organizarse entre mujeres es importante. Salir de la casa, encontrarse, crear juntas. Admirarnos entre nosotras, escucharnos. La belleza, la esperanza y el afecto también son formas de resistencia”, concluye Gissela Uribe.


