Nos invitan a perdonar y a dejar de buscar «verdad y justicia», pero la realidad nos golpea con una dolorosa verdad: la gente sigue desapareciendo y el Estado no logra dar una respuesta oportuna. El llamado al perdón es insostenible cuando no va acompañado de una disculpa sincera y de un compromiso real con la verdad.
No puede haber perdón mientras los pactos de silencio persistan, mientras los responsables siguen sin asumir sus crímenes. ¿Cómo perdonar si algunos insisten en liberar a quienes, bajo el eufemismo de ser «pobres viejitos», son en realidad violadores, asesinos y traidores a la patria?
En este mes de septiembre, la cueca sigue siendo bailada en soledad por miles de familias. La pregunta «¿Dónde están?» resuena en las paredes y en el corazón de un país que aún espera justicia. El perdón no es una imposición; es un acto de reconciliación que sólo puede nacer de la verdad.